lunes, 11 de junio de 2012

Repensar el Crecimiento

REPENSAR EL CRECIMIENTO

POR: Pedro Conde R.


 

La Macroeconomía moderna parece tratar el crecimiento económico rápido y estable como el fin último de la política económica. Este mensaje es objeto de debates políticos, discusiones en directorios de bancos centrales, y titulares de primera página. ¿Pero tiene sentido que el crecimiento sea el principal objetivo social a perpetuidad, tal como lo establecen los libros de texto?

Ciertamente, muchas críticas de las estadísticas económicas corrientes proponen una medida más amplia del bienestar económico como: la esperanza de vida, alfabetización, escolarización, acceso a servicios públicos…semejantes propuestas se incluyen en el Informe de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Humano y la Comisión auspiciada por Francia sobre la Medida de la Gestión Económica y Progreso Social, presidida por los economistas Joseph Stigilitz, Amartya Sen y Jean Paul Fitoussi.

Hay una cierta absurdidad en la obsesión de maximizar a perpetuidad el crecimiento promedio del ingreso, soslayando otros riesgos y consideraciones políticas. Por ejemplo, si se decide que el ingreso nacional percapita, o alguna otra medida amplia de bienestar, debe crecer 1% anual durante los próximos dos siglos, tasa registrada en el mundo avanzado recientemente, quiere decir que una generación que nazca 70 años después de ahorita disfrutará más o menos el doble del ingreso promedio de hoy día. Durante dos siglos el ingreso crecerá 8 veces. Estas cifras se reducirían si suponemos tasas de crecimiento más rápidas.

Ahora bien, ¿realmente se preocupa uno por la velocidad del crecimiento, que tome 100 ó 200, ó 1000 años para que el ingreso nacional sea 8 veces el de hoy? ¿No sería mejor preocuparse por la sustentabilidad y durabilidad a largo plazo del crecimiento global? ¿No tendría más sentido mortificarse por la catástrofe y dislocación social que acarrearían los conflictos y el recalentamiento global durante las próximas centurias?

Incluso, si uno piensa estrechamente en función de nuestros descendientes, quienes presuntamente aportarán su contribución positiva a su futura sociedad, y suponiendo que vivirían mejor que nuestra generación, ¿Cuán importante es su nivel absoluto de ingreso?

Quizá, una razón más profunda, subyacente en el imperativo del crecimiento económico de muchos países, radica en preocupaciones acerca del prestigio y seguridad nacionales. En su influyente libro: The Rise and Fall of Great Powers ( Ascenso y Caída de las Grandes Potencias), el historiador Paul Kennedy concluye que, en el largo plazo, la capacidad productiva de un país, su riqueza, con relación a sus contemporáneos, es el determinante esencial de su estatus global.

Kennedy enfatizó el poder militar, pero en el mundo de hoy, economías exitosas disfrutan de ese estatus en muchas dimensiones, y los responsables políticos sensatos se preocupan de su ranking económico. Una carrera económica por el poder global es un motivo comprensible para insistir en el crecimiento a largo plazo, pero si esa competición es realmente la justificación central, entonces es preciso reexaminar los modelos macroeconómicos, que ignoran por completo este aspecto. Ya lo decía Aristóteles: la economía es un medio para lograr fines políticos. O, modificando la frase de Clausewitz: la economía es otra manera de continuar la política.

Por ello, qué sentido tiene en legos en economía, Giordani y Merentes, se vanaglorien de un debatible crecimiento: 5,6 %, sin bienes reales, y sin aumento del empleo, cuando destruyeron el aparato productor: alimentos importados, cierran miles de empresas, desempleo y pobreza, desconfianza en el bolívar, inflación, despilfarro ingresos petroleros, fincas abandonadas, corrupción personal e institucional, fuga de capitales, endeudamiento, inseguridad, cuestionamiento de nuestras fronteras. Señores! ¿Qué Patria tenemos? Casi escombros! ¿En qué se apoya la pretendida potencia? Respetuosamente, usted no es estratega!

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